Amstrad CPC 464 64kb Monitor fósforo verde.
Recuerdo perfectamente el día en el que íbamos camino del “Continente”, corría el año 1984, e íbamos ¡a comprar nuestro primer ordenador! Un Amstrad CPC  kb con monitor de fósforo verde.
Según mis padres eso era el futuro. No andaban desacertados. El precio unas 65.000 pesetas, lo que vienen a ser hoy día unos 390 euros.
Lo que no sabían es que el uso principal que mi hermana y yo le íbamos a dar era jugar, jugar, jugar y jugar…Hasta que nos daba dolor de cabeza de tener los ojos siempre pegados a la pantalla de fósforo verde (no era ni a color) y nosotros flipábamos.
El Oh Mummy, ese juego tan simple pero tan adictivo, el Fruit Machine, el Arkanoid, y mi preferido el Commando, al que tantas horas dediqué.
La unidad de cinta de cassette con la que hacíamos el loading de los juegos con sus audios y sus melodías de ceros y unos cargando el juego se hacían a veces eternos. Pero merecía la pena esperar. ¡Cómo echo de menos esa cancioncita! ¡Qué nostalgia!
Aunque tengo que decir que me daban envidia algunas consolas de algunos amigos que metían un cartucho y zas!! !Juego cargado! … Ains el Atari!!
En el caso de mi Amstrad,  traía monitor, no le quitaba la tele a mis padres, así que teníamos todo el tiempo del mundo para no fastidiar a nadie.
En mi Amstrad también aprendí a programar Basic, fue mi primer lenguaje de programación. Traía unos manuales con los que podías aprender tu solo a, por ejemplo, hacerte una agenda, o un juego sencillo… Una auténtica pasada.
Podíamos diseñar figuritas geométricas en la pantalla, podíamos darles movimiento, hacerlas saltar, parpadear ¡e incluso sonar! y todo dependía de las instrucciones que tu le dieses ayudándote del manual. Lo alucinante de todo esto, es que lo hacíamos con tan sólo 64kb de memoria, menos de lo que ocupa hoy día un simple documento de Word de menos de un par de páginas.
Así que a nuestro Amstrad le debemos mucho. En primer lugar horas y horas de diversión. en segundo, aprender a cultivar el noble arte de la paciencia, y por último, el haberme introducido en el mundo de la programación. Realmente mis padres tenían razón aquella tarde camino del Continente. Aquel artilugio iba a ser el futuro, o al menos una parte importante del mío.